Estaba sentado en su sillón
como cada día de trabajo, con la vista pegada al ordenador y martilleando las
teclas sin compasión. Suspiraba. Otro día más; relataba con queja pero no
podía, no quitaba los ojos del monitor, viendo como su vida pasaba mientras
revisaba cuentas sin parar, pensando en todos los gozos que viviría tras tantos
años de sacrificio. De repente vio la luz, un agujero enorme surgía del techo y
una ráfaga de luz natural lo cegaba, tras ella una silueta se acercaba; el
pobre hombre asustado, creía que era Dios, se puso a rezar.
Unos minutos antes unos
albañiles picaban el techo, estaban arreglando una gotera; el jefe de obra les
dijo que pusieran una malla en el falso techo por si caía algún escombro, ellos
le dijeron que sí, pero no lo hicieron. Cuando picaron en aquella piedra
también rezaron mientras la veían caer sobre el falso techo.
Lo que no sabía ninguno
es que aquella piedra no tenía fe; no conocía nada más que aquel tejado y había
soportado sobre ella, días de lluvia, días de sol y cagadas de toda clase de
aves; ahora que era libre quería ver qué era lo que había guarecido.
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