Extrañada miró la
habitación, no le sonaba de nada. Aquella estancia era muy bonita, tenía una
mesita, una cómoda y al fondo una mullida cama con un cabecero de forja, pero
lo que más le gustaba de aquella habitación, que apenas recordaba, era un
enorme ventanal desde el que veía el campo. Y entonces le volvía a la memoria
una pequeña casa de ladrillo, con cuatro pequeña estancias y una pequeña cocina
de leña; se acordaba cuando se levantaba antes de que cantara el gallo y salía
a ordeñar a las vacas, a repartir la comida a los diferentes animales que allí
moraban, y a volver feliz, para preparar el desayuno a su marido y a sus cuatro
hijos. Les despertaba y les preparaba para ir al colegio, y que lo hicieran con
ilusión y con todo el material que precisaran; sus molidas manos ya lo
pagarían.
Pero eso ya pasó, ellos crecieron y se marcharon a la
gran ciudad; donde el estrés y los mil trabajos para llegar a final del mes les
quitaban tiempo para cuidar a una anciana; y entonces recordaba, que aquel
lugar era su nuevo hogar, que aquel asilo era el premio por su esfuerzo.(Relato para ENTC)
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