Burlaste la vigilancia
y te escapaste de la cárcel,
decidiste no volver allí.
Demasiada tristeza y ambigüedad,
demasiada desdicha y melancolía,
demasiada desidia y flaqueza.
Caminaste sigiloso,
vigilante de ojos ajenos,
pesaroso de que algo te delatara
y te devolviera al agujero,
al que no querías volver,
el que no querías ver.
Pasaron los días
e incluso las semanas;
y saliste de tu escondrijo,
huidizo volviste a tu casa,
abriste la puerta,
y abrazaste pasionalmente
a tu mujer.
Ella entre lágrimas
te dijo,
otra vez.
Tú le contestaste,
no puedo estar sin ti.
Ella se secó las lágrimas
y con tristeza te respondió,
no te preocupes,
ha llamado tu jefe
y ha dicho que estás despedido;
¿si no querías ser vigilante
para qué coges el puesto?,
te preguntó reflexivamente
tu mujer.
Tú te encogistes de hombros
y te fuiste a la ducha,
después dormiste.
(Imagen Pixabay)
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