No lo podía remediar,
el cuerpo se hipnotizaba ante las palpitaciones de la música, no era dueño de
su ser; solamente se podía dejar llevar por el ritmo. La calle estaba
abarrotada de gente, pero a él no le importó; se puso a escuchar la música, y
que el ritmo le fuera marcando los pasos de ese baile que le pedía el cuerpo.
De repente la gente se paró y se puso a mirar a aquel hombre que meneaba su
cuerpo al son de la música. Movía el esqueleto como si no hubiera mañana, como
si aquella canción fuera la última que fuera a bailar; la gente aplaudía y le
vitoreaba animándole a que se entregara más a fondo, a que mostrara todo lo que
atesoraba.
Aunque le observaban, él sentía que estaba solo; su baile y la música, nada
más.
Cuando llegaba el final
de la canción se animó a realizar una preciosa y dificultosa pirueta, pero de
repente sintió un empujón que lo desestabilizó, y cayó al suelo. Volviendo
tristemente al mundo real cuando escuchó.
- Quieres seguir andando, bailarín, no ves que estás bloqueando todo el paso.
En ese momento se dio cuenta que se había topado con un enemigo del baile; avergonzado por la caída, se levantó y siguió su camino. Esperando que la próxima vez que le llamara la música no se encontrara con un tipo con prisas.
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