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miércoles, 28 de septiembre de 2016

Fatídico testigo

Conducía por la avenida París, pensando en sus cosas; apreciando los edificios de su amada ciudad. En la radio, un grupo de jazz hacía las delicias de sus oídos, se transportaba al interior de su ser, al interior de su yo más profundo. Giró en una de las salidas de dicha avenida, estaba a punto de llegar a su lugar de reunión. Allí estaba, pensaba desde el coche; era de noche y veía como el edificio resplandecía con la nueva iluminación. En aquel momento sonaba la parte de la melodía que más le gustaba, subió el volumen para que su éxtasis fuera mayor y se dispuso a aparcar; maniobró hasta que lo consiguió. Se quedó sentado esperando que terminara la canción; de repente sintió que algo afilado le abría la piel del cuello, veía brotar la sangre, veía como no le llegaba la respiración. Miró por el retrovisor y vio a su verdugo, no lo conocía, no lo reconocía; no sabía el motivo de su hecho, de su fatídica muerte. Sintió que el fin le sobrevenía y pensaba ¿por qué había muerto?, ¿por qué lo habían matado? y ¿quién querría matarlo?, muchas preguntas sin respuesta. Alguien resolvería su muerte o quizá no, por pena él nunca sabrá por qué lo mataron.

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