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jueves, 7 de mayo de 2020

Reflexiones con una taza de café

El amanecer sorprende al gallo, que adormecido aclara el cantar que despierta al hombre cansado.
El agua cae sin pausa, sin descanso y las manos la buscan, la acompañan con una pastilla de jabón como las que fabricaban sus abuelas, como las que había visto desde su niñez; y siente la espuma en sus dedos y su cuerpo inmaculado.
Mientras tanto la cocina se va aromatizando con el dulce aroma del café, en una cafetera italiana. Escucha el borboteo del agua hirviendo que ya no es agua sino que se ha enamorado del café; y el día comienza y el espíritu sonríe.
La calle le llama y el paseo comienza, verdor antes sus ojos, olor a libertad. La dehesa extremeña le llena la vista, le llena el corazón. El camino se hace más agradable con el mugir de las vacas que retozan en paz en el campo. Los guarros (cerdos) descansan tumbados al sol, sabiendo que durante su corta vida las bellotas serán todas suyas. 
Y los caminos se suceden y el paso se detiene, la vida hay que observarla con detenimiento pues solo se mira muy pocas veces. Por lo que se sienta en un cancho,
que ha conocido miles de vidas, que ha sentido el llanto y la risa.
Y respira muy hondo, como si ese fuera el último aire que fuera a inhalar y prosigue el camino sin prisa, sin ansiedad pues ya ha conocido la paz y se tumba en la dehesa, en un manto verde rodeado de pan y quesito; como si de una corona gigante se tratará. 
Mira al cielo y cierra los ojos, no sabe cómo es el cielo ni siquiera si existe pero nada le turba, nada le preocupa solo observa la vida pasar.

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